Hace poco más de dos años nació mi segunda hija, Simone. Se acercaba el día de su nacimiento, y recuerdo haber pensado con emoción en las dos semanas que tendría para estar con ella, esas que nos da la ley por paternidad a los hombres. Dos años antes, cuando nació Olivia, mi primera hija, tomé por "recomendación" de mi jefa dos semanas extras (descontadas de vacaciones, por supuesto), que me permitieron estar en total un mes ayudando a mi esposa y disfrutando a mi hija. Claro que cuando regresé a trabajar el puesto ya lo ocupaba otra persona... pero fue un mes maravilloso.
Trato de recordar esa época y tengo que mirar dentro de una brumosa somnolencia... se me mezclan las noches con los días, los recuerdos y las sensaciones. No es que me falle la memoria, sino que más que padre primerizo, parecía un zombie. Cuando dormía algo, me despertaba asustado, sin saber donde estaba, o qué era lo que tocaba hacer: cambiar pañales, sacar gases, pasear a la bebé, quizás comer. Daba lo mismo si era día o noche, todo me parecía igual. Muchas veces encontraba a mi esposa al lado mío, cargando a nuestra hija, también tratando de descifrar qué era lo que debía hacer con la chiquita. Y es que los niños no vienen con un manual para padres. Es una irresponsabilidad de la naturaleza el que dos personas sin experiencia alguna puedan llevarse a su casa a un bebé.
La pobre de mi esposa también parecía haber salido de una película de muertos vivientes. A pesar de que tratábamos de repartirnos las tareas entre los dos, ella tenía la indelegable responsabilidad de dar de lactar a nuestra bebé. Lo hizo durante un año y medio, ¡casi el mismo tiempo que tomó que nuestra querida hija durmiera toda noche! Hasta 10 veces se despertaba cada noche, y con ella nosotros dos. Ya pasará, nos decían. Pues no pasó.
Pero sí pasó el tiempo, y tuve la fortuna de pasarlo con mi esposa y mi hija. Vi como las dos crecían, la una como madre y la otra como persona que está descubriendo el mundo. Me fascinaba ver cómo mi hija descubría cada cosa que nosotros los adultos damos por sentadas. La primera vez que se bañó en la ducha, yo la cargaba, mientras la mamá le enjabonaba, y hasta ahora recuerdo su cara de placer al sentir el agua tibia cayéndole encima. Se quedaba como extasiada. Y así me quedaba yo cuando hacía sus primeros contactos visuales conmigo. Me sentía como un adolescente enamoradizo, que ante la mirada de la chica que le gustaba, sentía mariposas en la barriga. En realidad te vuelves a enamorar, solo que de manera diferente. Pero no sólo de tu hija, sino también de tu esposa. Veía en ella esa capacidad que tienen las madres para hacer que, a pesar de todo, todo esté bien. A pesar del cansancio, siguen siendo amorosas, organizan cosas que uno ni siquiera tiene en el mapa, hacen que todo funcione. Y lo hacen con amor. No sé si es que los hombres venimos con otro chip, o que no nos hemos enfrentado antes a estos desafíos, pero las mujeres están definitivamente mejor preparadas para estas cosas. Pero uno sí puede aprender, ayudar, participar, y sobre todo estar ahí. Mirando hacia atrás, hubiera odiado perdérmelo. (Continuará...)