La mañana siguiente a Navidad recibí una llamada de una mamá muy querida. Estaba muy angustiada porque la noche anterior su hija había tenido un episodio inusual, un terror nocturno. “Dani, ¿le habrá pasado algo? ¿La debo llevar al médico?
Me contó que a la noche escuchó que su hija se despertó gritando terriblemente y llorando desconsolada, de una manera muy inusual. No estaba totalmente despierta. Los padres no sabían qué hacer para calmarla, le cambiaron el pañal, arrullaron, etc. Sin embargo, después de unos minutos María volvió a quedarse dormida. Los padres se quedaron muy preocupados… hasta buscaron información en internet a la madrugada para encontrar alguna respuesta. Al día siguiente, María se despertó a la hora normal, y estaba muy tranquila y feliz como siempre. ¿Qué había sucedido?
Después de conversar qué es lo que pasó durante ese día, cómo estuvo su siesta y su noche, era claro que la pequeña no había descansado lo necesario. Obviamente, era un día fuera de lo común: pasaron Navidad con toda la familia, todos querían compartir con María, y ella no pudo dormir lo que acostumbra.
Esta niña había acumulado bastante cansancio, estuvo muchas horas despierta, y se acostó tarde; esto sumado a toda la actividad y estimulación de aquel día especial, hizo que se produzca este episodio de terror nocturno que asustó a todos.
Generalmente, la causa de los terrores nocturnos es la acumulación de cansancio. Estos episodios suceden en la primera porción de la noche y en fase No REM. Esta es la fase de sueño profundo, que es la que ayuda a nuestro cuerpo a recuperarse del cansancio. Cuando un niño no ha dormido lo necesario, se acuesta muy cansado a la noche. El cuerpo, para compensar, permanece más tiempo en esta fase de sueño profundo e incluso la hace más profunda, y esto hace que el pasar a una fase más ligera sea más difícil. Los terrores nocturnos justamente se dan cuando el cuerpo tiene dificultad de pasar de una fase profunda de sueño a una más ligera. Entonces, se da esta parasomnia. El niño puede sentarse, incorporarse, tener movimientos bruscos y violentos, rechaza el contacto físico, gritar desesperado, llorar inconsolablemente, mostrarse muy agitado, con sudoración, su respiración y ritmo cardíaco se aceleran, sus ojos pueden estar abiertos y sus pupilas dilatadas pero parece no fijarse en nada, no parece estar consciente ni reconocer a sus padres[1]. Y al cabo de unos minutos, se calma y vuelve a dormir plácidamente. Al día siguiente no se acordará de lo sucedido. Pero los padres sí. Es un episodio que asusta.
Para prevenir este tipo de trastornos de sueño, lo mejor es procurar que los niños duerman lo que necesitan, tanto en el día (sus siestas) como en la noche. Además, que se acuesten descansados y tranquilos. También es importante procurar mantener su rutina lo más regular posible, incluso en días agitados como Navidad. Poco a poco, sus hijos crecerán y ya podrán aguantar más tiempo despiertos para disfrutar más con la familia. Pero a edades tempranas, es mejor no sobre fatigarlos con actividades hasta tan tarde.
Durante un episodio de terror nocturno, los padres deben permanecer junto a su hijo de forma discreta, casi sin intervenir, pues muchas veces hasta rechazan el contacto. Debemos estar pendientes de que no se haga daño ni se lastime. No debemos intentar despertarle, porque su hijo no está consciente y, si lo logran, se despertará desorientado y le costará más calmarse y conciliar el sueño nuevamente.
Me han preguntado también por otro tipo de trastornos, las pesadillas. Estas son distintas a los terrores nocturnos. Suceden en la etapa de sueño REM, que es donde se dan los sueños Se dan generalmente en la segunda mitad de la noche. Los niños al despertarse de una pesadilla sí están conscientes y recuerdan lo que soñaron. Tienen miedo de volverse a dormir porque están asustados. En esos casos es importante consolarlos, abrazarlos, reconocer su miedo, pero hacerle saber que ustedes están ahí para protegerles. Es mejor no preguntarles qué soñaron para no revivir la ansiedad, sino más bien decirles que están ahí, y tranquilizarles diciéndoles que la buena noticia es que cuando se vuelvan a dormir ya tendrán un sueño lindo. Igualmente, estos episodios generalmente se evitan procurando que los niños duerman lo necesario y no se sobre agoten.
La mamá con la que conversé se quedó más tranquila. Entender los terrores nocturnos reduce la preocupación de los padres y nos ayuda a reflexionar qué podemos hacer para evitar que se repitan. No obstante, si su niño está teniendo estos episodios muy frecuentemente, es importante que consulte con su pediatra para descartar cualquier otro problema.
[1] Ref. Jové, Rosa. Dormir sin lágrimas. Ed. La esfera de los libros, 2007, España, pp. 132-147.